¿De qué sirve la experiencia?


De los empiristas aprendimos que la experiencia es fuente de conocimiento, pero para muchos también de ella proceden las tristezas y las culpas que impiden que alcancemos la felicidad a la cual fuimos llamados. Para ellos su pasado carece de valor y de todas las lecciones que la vida les ha dado, nada han aprendido.
Pero no podemos negar que Fedor Dostoievski tenía mucha razón cuando escribió en Nietchokta Nezvanova: “Hay instantes en los que hemos podido aprender mucho más que en años enteros.” Hay ciertas experiencias que dejan huellas imborrables y enseñanzas inolvidables.
No es conveniente restar importancia al pasado y evadir las explicaciones que las vivencias de los días anteriores brindan. Es mejor leer la historia personal con sentido crítico y reconocer nuestros errores para enmendarlos en el menor tiempo posible. No alimentemos culpas pensando que deberíamos haber sabido cómo evitarlos o que habríamos podido obrar sin precipitación. Nadie puede cambiar los hechos del día anterior.  
Lo que nos permite ver con claridad es el ayer cargado de experiencias y lo que hemos aprendido de ellas nos da seguridad al caminar por los caminos sinuosos y angostos de la vida. Las experiencias, de las cuales nos lamentamos, en algunas ocasiones resultan ser las que nos permiten una visión tan clara que ante los peligros podemos sonreír sin temores.
Si valoramos lo aprendido nos daremos cuenta que cada lección llevó a la siguiente. Cada persona y cada hecho compartido con ella aportaron a lo que hoy somos. Fueron las personas y sus acontecimientos los que nos ayudaron a abrir nuestro corazón a la vida, al amor, a la comunidad, a Dios y porque no decirlo con sinceridad, a nosotros mismos. Incluso esas experiencias que consideramos equivocadas contribuyeron de manera singular e im ­portante para crear en nosotros  los conceptos que hoy nos permiten analizar y planear el porvenir.
En algunas ocasiones esas vivencias en compañía de otros dieron oportunidades importantes para desarrollar sentimientos y valores que facilitaron la comprensión de los demás. En los sucesos dolorosos de la vida aprendimos a descubrir cómo ofrecerles a los demás unas palabras de consuelo y un mensaje de esperanza. El pasado que dejamos atrás nos enseñó a amar a los demás y a nosotros mismos.
No temamos reunir  experiencias propias y ajenas para analizar y valorar. Démonos la oportunidad de vivir en el recuerdo todas nuestras experiencias. No seamos duros en los juicios que hagamos de ellas o de las personas que las propiciaron. No nos limitemos a buscar sólo los errores en las experiencias que hayamos o hayan tenido. No pasemos por alto que muchas fueron necesarias e importantes y nos ayudaron a moldear nuestra personalidad.
Permitamos que la razón y el corazón nos señalen el camino y vayamos con paso firme sin desconfiar de lo que hemos aprendido. Venzamos la preocupación y no temamos salirnos del camino. No rumiemos frustraciones ni equivocaciones y avancemos con la seguridad que dan los años cargados de experiencias. Reunámonos entre amigos y familiares a recordar experiencias y a reírnos un poco al regresar al pasado para revivirlas. Seguramente descubramos el tesoro que encierra cada una de ellas. Al escuchar a los demás su historia, de repente descubramos esa verdad que andamos buscando. Abramos el corazón y compartamos la alegría de este día que es una bella oportunidad de ser instrumentos del amor divino en el servicio y la sonrisa que brindemos a los demás.   

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