Que el amor te acompañe
 20 de febrero de 2013

Siempre me deja perplejo que somos seres complejos y extraños. Tenemos conductas que no se explican con facilidad y no responden a la lógica natural. Nuestra comunicación con los demás algunas veces no es afectiva y efectiva. Y lo más extraño es que aunque nos cause dolor la incomunicación preferimos la soledad a la compañía.
Se nos olvida que muchas de las cualidades y actos que desarrollamos en nuestras relaciones humanas dependen de la manera como nos acercamos o nos alejamos de las personas.
Para algunos ese acercamiento no resulta placentero porque se es tímido o porque somos bruscos y antipáticos al entablar la conversación primera con el otro.
A veces nos gusta mucho una persona pero no hallamos las palabras adecuadas ni la ocasión propicia para decírselo y terminamos en preocupaciones y frustraciones. Entonces nos sentimos culpables y dejamos que el tedio se apodere de nuestro espíritu.       
Pero si tenemos suerte, que no es otra cosa que la fineza del trato, proponemos a la otra persona que nos acompañe en la realización del viaje por la vida, ya sea como íntimo o como amigo. Mas la sola propuesta es insuficiente si descuidamos la traducción a la realidad mediante palabras, actos y detalles.
Otro aspecto que también suele olvidarse es que todo viaje comienza en una determinada estación y finaliza en otra. O a veces llegamos a una intersección en el camino y debemos separarnos. Cada quien tiene su propio itinerario y es posible que haya aceptado nuestra compañía porque le pareció que iba en la misma dirección. Ciertas cualidades que observó en nosotros le atrajeron pero después de las experiencias vividas y compartidas se dio cuenta que era mejor ir hacia otros lugares y aprender allí lecciones nuevas e interesantes. No debe extrañarnos que tengamos direcciones y gustos diferentes. Pero al tener que separarnos nos vemos ante desafíos inesperados y decisiones que generan traumas.
También pasamos por alto que la vida es un camino de valles y montañas y no exento de peligrosos precipicios. Pero ese paisaje que presenta es lo que la hace interesante. Cuando caminamos al lado de otra persona este sendero, incurrimos en gastos y debemos pagar el precio que exigen los peajes. En determinados sitios renunciamos a ciertos placeres a favor del otro o exigimos que nos complazcan con determinados hechos u objetos para disfrutar el viaje y para no ser pasajeros pasivos. A veces, cuando se llega a la bifurcación del camino tenemos que insistirle que no se vaya, que sin su compañía no somos capaces de continuar el viaje. Pero esa persona nos manifiesta que a nuestro lado ya no hay flores ni dulces que la entretengan y que lo mejor para ella es decirnos hasta pronto. O puede suceder lo contrario y somos nosotros los que ya no soportamos la presencia de nuestro compañero o compañera de viaje.
Esas separaciones nos pueden sorprender o simplemente ya las esperábamos. Aparecen en los primeros días de la relación o después de mu­chos años. Pero no solamente se presentan entre amigos, novios, esposos o amantes. También ocurren en el ambiente laboral, familiar y hasta en la vecindad.
Pero a veces es mejor la renovación del aire que la sumisión a las apariencias. Siempre en un viaje existe un antes y un después. Lo que importa es que ese antes haya sido placentero y que ese después no sea doloroso. Para conseguir una ruptura sin tragedias deje que el amor acompañe a la otra persona y en nombre de ese sentimiento sublime déle su bendición.
Y con un sabio consejo en Cartas a Lucilio, Lucio Anneo Séneca, su autor,  viene en mi ayuda: “Los que se pasan la vida en viajes, tienen muchos albergues y ninguna morada; el primer indicio de un alma sosegada es que pueda fincarse en un lugar y habitar consigo misma.”     

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