De cómo dejé de fumar.

 


Para muchos es difícil aceptar que la única verdad que podemos decir que es nuestra es aquella que buscamos y que después de muchos sacrificios hallamos en los hechos cotidianos de la vida.

 Es aún más arduo desarrollar el hábito de buscadores de verdades porque carecemos de las técnicas para encontrar esas enseñanzas en cada una de circunstancias que los días presentan.

 Olvidamos que el propósito de cada día es salir al encuentro de aventuras que nos permitan crecer en todas las dimensiones. Aventurar es arriesgar, es someternos a peligros que exigen pequeños o grandes esfuerzos y sin los cuales no será posible mejorar las condiciones para gozar del bienestar que satisface al cuerpo y llena de gozo el corazón.

 La duración de cada aventura es variable. A veces dura sólo un instante, otras un día, y no faltan las ocasiones en que es necesario que transcurran muchos años. Lo cierto es que al discernir hallamos bajo las apariencias de los hechos lecciones de vida y motivos para vivir. Son enseñanzas que no provienen de los libros, aunque nadie puede negar los beneficios de la lectura, sino de la reflexión sobre lo que hacemos y nos pasa.

Recuerdo que no había cumplido la mayoría de edad cuando comencé a fumar. Al principio me pareció que este vicio daba a mi personalidad esa importancia que veía en los actores de cine, porque era la época en que no había película donde sus protagonistas no bebieran y fumaran, pero con el paso de los días la adicción me dominó sin que me diera cuenta.

 Había comenzado con uno o dos cigarrillos al día, pero cuando llegué a los treinta años el cuerpo enfermo me exigía dos o tres cajetillas de veinte cigarrillos. Digo enfermo porque subir unas escaleras del primero al segundo piso me fatigaba. Los dedos de la mano derecha adquirieron un color sepia que descubría mi vicio y torpeza ante los demás. Si no lo notaban en mis manos también me denunciaba el aliento.

 

Comencé a preocuparme por los estragos que estaba causando en mi salud el consumo de cigarrillo y seguí todo consejo que los amigos o los medios de comunicación me daban para alejarme de tan horrible vicio. Ningún tratamiento daba resultados porque mi voluntad había perdido su fuerza.

Pero el día 21 de junio de 1988, en la ciudad de Ibagué y a eso de las 10.45 de la mañana, me hallé frente a una cafetería donde un espejo inmenso reflejaba de cuerpo entero a quien se parara frente a él. Entonces me vi fumando y exhalando humo como si fuera un espantapájaros en plena calle. Gracias a la imagen virtual vino a mi mente la solución para liberarme de esas cadenas que ataban todo mi ser al que al principio me pareció un inofensivo cigarrillo. Me pregunté inicialmente: ¿Sí tú eres inteligente, por qué no te das cuenta de que con un cigarrillo en la mano te ves como un idiota? ¿No te da vergüenza que los demás te miren entregado a un objeto que no ha hecho otra cosa que arruinar tu salud?

Cuando quise pasar a la tercera pregunta noté que una fuerza inusitada brotaba del interior de mi ser. Me dije: Desde hoy demostraré a este cigarrillo y a los que se encuentran en la cajetilla que soy superior a ellos. No me dejaré doblegar por tan insignificantes enemigos. Fui un estúpido al meterme con ellos, pero gracias a Dios estoy a tiempo de salir de la prisión en que me encarcelaron.

Ese día pude convencerme de que la solución que buscaba para mi problema emergía del interior de mi ser. De esa conexión consciente entre cuerpo y mente surgía la liberación que buscaba.

La fuerza de la voluntad era la verdad que deseaba y tuve consciencia de que brotaba del sosiego interior y la reflexión bien dirigida a través de las preguntas formuladas. Esa verdad manifestada en las respuestas me devolvió la libertad perdida y la salud arrebatada.

 Retorné al camino de la risa y el bienestar. Después de muchos años comprendí que para dejar el cigarrillo no hay nada mejor que la fuerza de voluntad. Después apliqué el mismo procedimiento al alcoholismo que también me dominaba. Ahora estoy orgulloso y en este amanecer siento que soy un hombre nuevo y fuerte. Aquí en secreto les comparto: Soy feliz porque no bebo ni fumo. Mucho fue lo que gané desde que abandoné esos verdugos que deseaban mi muerte. Indudablemente no hay regalo más hermoso que la salud ni mejor herramienta que la alegría.  

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