Oración del día
9
de enero de 2022
Padre
Celestial:
Gracias
por estos momentos de vida que me das para reflexionar y alabarte. Hoy deseo que me instruyas.
La
susceptibilidad es una fuente de sufrimiento muy presente en el fondo de cada
uno de nosotros. No es fácil aceptar la silla incómoda, la casa sin pintar o
con el pasillo diferente a lo que nos gusta. Cuando somos susceptibles nos
dejamos llevar por esta sensación de
arrogancia y todo lo vemos de forma distorsionada. Cualquier cosa nos ofende
por no estar de acuerdo con nuestra óptica, tenemos la impresión de que todo el
mundo nos trata mal, se burlan de nosotros al hablar o son desconsiderados al mirarnos.
Con mucha facilidad acusamos a nuestros familiares o compañeros de trabajo de
tener malas intenciones en sus corazones. No aceptamos la imperfección ajena.
Tampoco la comida que Dios nos da porque no tiene la sazón nuestra. Esto sucede
porque nos sentimos superiores y todo gira en torno a nuestro importante «yo»,
por tal motivo somos incapaces de reconocer el valor de los que nos rodean, y
como consecuencia les doy un lugar equivocado; no soy agradecido con ellos.
¡Qué cuadro más patético el de la persona que se cree que flota! Este triste
estado constituye un serio obstáculo en las relaciones humanas porque fácilmente
se pasa a la humillación del débil. Con este proceder se pierde la armonía
interior y se rompe la colectiva. Se ven muchas caras tristes en las personas complicadas
y distantes. debido a la susceptibilidad que los encumbra. Necesitamos aprender
qué significa la paciencia y el perdón. "Perdonándoos unos a otros si
alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así
también hacedlo vosotros" (Colosenses 3:13). Sólo hay un medio para
curarnos de este peligroso estado de arrogancia: vivir plenamente el Evangelio,
es decir, no sólo creer que Cristo murió por mí, sino también aceptar que estoy
crucificado con él junto con todo mi orgullo y egoísmo. Así mi susceptibilidad
sólo tiene un lugar: la cruz de Cristo. Os ruego que andéis como es digno de la
vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre,
soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor. (Efesios 4:1-2)
Si
seguimos el espíritu del Evangelio aprenderemos la humildad de nuestro Salvador
y nuestra vida no tendrá otro honor o motivo de orgullo que obrar como Cristo. Consideremos
al modelo perfecto de humildad y abnegación. Nuestro Salvador nos dice:
"Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo 11:29). Aceptemos
su invitación en este día. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario